Brasil 3-0 Chile

Vence 3-0 a Chile

Brasil es pura roca

Chile traía del partido contra España una consagración de su fama combativa y
de la urdimbre táctica con que Bielsa logra anudar a los rivales a un potro de tortura.
Es verdad que siempre le faltó gol, defecto que se hizo visible durante
el arrebatado primer cuarto de hora contra España.



Pero esto parecía más o menos resuelto con la incorporación del Chupete Suazo, que
volvía de sus lesiones para manchar de veneno la punta de la flecha. Era difícil discutir
un pronóstico favorable a Brasil, que conoce bien a La Roja de las eliminatorias
sudamericanas, donde llegó a golearla. Pero sí era posible augurar un
partido trabado, de tobillos maltratados, que habría de producir
un enorme desgaste a la eterna candidata. No fue así.

Chile arrancó el partido bien parada en el campo, solidaria como lo es siempre, e incluso
eficaz en las asociaciones, con un Suazo que desahogaba ofreciéndose como pivote,
si bien la portería le quedaba siempre demasiado a la espalda y más allá de casi
doscientos kilos de Juan y Lucio. Pero, muy pronto, Brasil adelantó las líneas, achicó
el campo para meter a los chilenos en zona de compromiso, y comenzó
un bombardeo por catapulta con tiros desde la larga distancia
que le dieron un córner tras otro y una impronta implacable.



No se adornaba, no aparecían aún Kaká y Robinho, no sostenía la pelota sobre la punta
de la nariz como le exigen los nostálgicos de Garrincha, pero era un hacha que ya hacía
saltar astillas en la base del tronco. El grito de "¡Árbol va!" sonó en apenas unos minutos.
Los que mediaron entre el remate de cabeza de Juan, libre de marca a la salida de un
córner, y la definición ante Bravo de Luis Fabiano después de recibir un pase repentista
y primoroso con el que Kaká dejó hecho un recordatorio de lo que antaño fue.

Bielsa ya no bebía café en vaso de plástico en el banco, sino que se golpeaba los muslos
como en la rabieta de un estratega al que no le respetaran la pizarra. Y, al cabo, con mucha
más facilidad de la esperada, resultaba que Brasil se había desembarazado de Chile con
un solo manotazo y cierto desdén, como si le aburriera no haberse encontrado todavía un
enemigo que obligue al esfuerzo. Fue tal la suficiencia, que la primera parte recordó a
aquella escena de Indiana Jones en la que Harrison Ford abate de un solo disparo
displicente a un guerrero que prometía mucho por el modo de mover el alfanje.

Balas de fogueo

En la segunda parte, Chile ensayó un arreón con rabia de fogueo. Era consciente de su
inferioridad y de la severidad inexorable del marcador, por lo que, como habría dicho Voltaire,
inventaba pasiones para ejercitarse. Y, si acaso, para al menos dejar una estela de honra en
su despedida de un Mundial en el que no puede sentirse fracasada, porque ha dejado un
embrión de futuro que incluye la modificación de una identidad crecida en orgullo
y la confirmación de un estilo de juego que puede perdurar.
Ése será el legado de Bielsa, continúe o no con La Roja.



Por si le quedaba un solo hálito de esperanza, Robinho, algo más fluorescente
gracias a los espacios concedidos, cazó el tercer gol con un buen disparo
desde fuera del área ajustado al poste izquierdo.

A partir de entonces, a Chile no le quedó sino evitar que se agravara aún más el diagnósico
de goleada. Hizo aún algunos intentos, sobre todo con Suazo, pero sin alterar demasiado la
rutina defensiva de Brasil, en la que a ninguno de los dos centrales se le notó la supuesta
falta de movilidad. Maicon y Dani Alves lo mismo abrían el campo con profundidad que
recuperaban la marca. Y Ramires y Gilberto decidían el tempo, ya contenido.



Faltó a Brasil que Kaká se diera un par de jugadas de lucimiento terapéutico para enchufarse
como no lo ha estado en toda la temporada pensando en los cuartos. Donde espera
Holanda, tal vez ese rival que por fin desperece al pentacampeón
cuyos mundiales empiezan cada vez más tarde.

D.Gistau | Johanesburgo 28/06/2010