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Quique, mitos y desastres

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Mensaje por 1903 Lun 16 Mayo - 5:27

Quique, mitos y desastres

Velaba su última noche el condenado a muerte, cuando el alcaide le negó cenar
antes del patíbulo. Cruel e innecesario gesto de Quique para acaparar focos y borrar
del cartel del adiós al rubio pistolero que nos dio una UEFA y toneladas de autoestima.
Con dejarlo en la prisión del banquillo era suficiente penitencia. Y no necesitaba el
mister anunciar su propia despedida, maniobra infantil de quien busca caricias. Le
hubiera bastado un saludo desde el centro del campo al final del partido. Ese gesto
sutil e inequívoco hubiera agrandado su aureola entre toda la parroquia (a quien pitó
durante el partido por quitar de los créditos al uruguayo): Pese a todo, ha sido
beatificado. La historia de Quique y el Atleti, entre lo memorable y la catástrofe.

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Cuando sorpresivamente se mudó al Calderón, allá por el 23 de octubre de 2009, toda
la prensa calcó el cuestionario en las primeras preguntas: “Señor Flores, ¿sabe usted
realmente dónde se mete?, ¿cuánta gente le ha preguntado estos días si es usted un
temerario, un suicida con ganas de ensuciar su carrera?”. El bueno de Quique se
colocó el sombrero, se ató la gabardina, dio un par de caladas al destino y con su
radiofónico timbre de voz traspasó el foso del Manzanares sacudiéndose de encima a
los agoreros. Allí se disponía este romántico y algo egocéntrico Elliot Ness a adentrarse
en un mundo caótico, incierto y criminal, lleno de fantasmas del pasado y de urgencias
del mañana mismo. Al rebasar ese umbral, Quique sabía que nada sería igual y que
combatir el fatalismo S.A.D. iba a marcarle en las entrañas. No sale gratis el Atleti, no.

Desde el comienzo, aplicó su metodología de la tranquilidad para destensar un club
proclive al ataque de nervios. Con su imagen de pequeño dandi de sabias palabras,
impuso la cordura con un discurso y hasta un estilismo, que recordaba al monje budista
de Sant Pedor. Sentido común, fluida pero equidistante relación con la prensa, política
de incentivos y castigos en el campo, y pacto de no agresión con la zona noble del
estadio fueron los epígrafes de su bloc. Haber venido de la mano de García Quilón,
al que se le deben tantas y tantas cosas, ayudó a que el aterrizaje fuera
ciertamente aterciopelado. El equipo, con respiración asistida.

Las jornadas pasaron y, arrojados de la Champions como el que se tira de un tren en
marcha, el mister no daba con la tecla. Cogió prestigio al ser capaz de drenar la laguna
Estigia para devolver a la vida a José Antonio Reyes, aunque él mismo sintió el aliento
de la guillotina en días infames como el del Recreativo. Gil Marín tecleó el móvil de
Luis Aragonés más de una vez. Nadie respondió. Se pasaron ridículas eliminatorias de
Copa y peliagudos trances en UEFA. Mágicamente, el equipo se veía en rondas finales
y fue capaz de doblegar al potentísimo Fulham cuando la hinchada ya rezaba a la Virgen
de los guantes de De Gea. De aquella chapucera manera, pero se enterraron
complejos. Quique, entronizado. La grada, llorando aún de júbilo.

Quique, mitos y desastres Imagen13copiar

Ganada la Supercopa al Inter en el mejor partido del Atlético en 25 años, la temporada
tenía otro trazo y parecía que se materializaría un patrón de juego largamente añorado.
Pronto se rompió la cuerda con la fuga de Jurado y Simao, mientras que comenzaba a
enquistarse el asunto Forlán. Una mala planificación deportiva (desplome físico incluido)
y más fichajes que engordaban el capítulo de históricas decepciones abortaron la
ansiada normalización y el resurgimento del club en la élite. El reinado duró un suspiro.
Se sigue a las faldas de Villarreal, Sevilla y Valencia, por no hablar de la distancia
sideral con la bicefalia. En báscula, fríamente, la temporada ha sido pe-no-sa.

Sí, ha habido muchos tachones en la hoja de servicios del hijo de Isidro y Carmen Flores,
pero sobre todo en su expediente resaltarán como dos esmeraldas las dos trofeos que
“actualizaron la Historia del club” como bien dijo en la despedida. Nadie recordará nunca
el cómo, los detalles o circunstancias. Sólo por haber matado a la bestia y por haber
sentido con autenticidad la empatía del sentimiento rojiblanco, Quique forma parte de la
hemeroteca sentimental en rojo y blanco. Como te cantaría el camarada Rosendo,
siempre “prometo estarte agradecido”, aunque el adiós podría haber sido elegante y
señor, sin traicionar unos principios en un adiós emotivo, personalista
y grandilocuente, y sobre todo demasiado cruel.

Blogiblanco 16 MAY 2011
J.Caballero elmundo.es

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