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El paisano que ganó a la vida

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El paisano que ganó a la vida Empty El paisano que ganó a la vida

Mensaje por ATLETISOY Jue 7 Jun - 8:21

El paisano que ganó a la vida

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El destino le golpeó con todo hasta llevarle
al límite pero optó por aferrarse al mundo,
siempre sincero, de frente, de cuerpo entero

Ese es un paisano. Ese era Manuel Preciado, que muy bien supo siempre
el calado de esa expresión de paisano, que en sus cunas norteñas
(Cantabria y Asturias) es mucho más honda que el mero y azaroso vínculo
natal con una determinada tierra. Un paisano, un tipo que va de frente, sin
aristas ni atajos, sincero, de cuerpo entero, defensor a ultranza de lo suyo
y los suyos, amigo de sus amigos, ante los que siempre se portó más como
el Manolín de sus correrías por El Astillero (periférico lugar de Santander en
el que nació, muy cerca del Guarnizo de Paco Gento), que como el Preciado
popular y triunfante de los últimos tiempos. De ello pueden dar fe en
Torrelavega, donde en la última década no reparó en juntarse cada mes de
julio con sus chicos y colegas de su etapa de entrenador (su debú como
técnico, en 1995) en El Caserío, un popular restaurante situado junto al faro
en la colindante villa marinera de Suances. Y también los muchachos de la
Peña Granota del Levante y los de la Peña El Buen Rollo, su pandilla asturiana.
Si nunca le faltaron amigos fuera del fútbol, en el fútbol logró lo que muy pocos,
o casi nadie: que Guardiola y Mourinho le adoren por igual; o que
sintiera la misma devoción por Javier Clemente, su último
sucesor en un banquillo, que por Luis Aragonés.

A este buen paisano la vida le golpeó con todo hasta llevarle al límite, pero tras
flirtear con despedirse por voluntad propia de su angustiosa existencia, optó
por aferrarse al mundo. “La vida me ha golpeado fuerte, podría haberme hecho
vulnerable y pegarme un tiro o mirar al cielo y crecer. Preferí esto último”, dijo
en más de una ocasión. Y bien que lo hizo. No regateaba un culín de sidra y no
era extraño que por su casa pasaran a cenar muchos de sus futbolistas, o que
fueran estos, sobre todo en su pleno martirio vital, quienes abrieran sus mesas
para él, quienes le rescataran de su tristeza y soledad. Viudo a los 45 años,
tras la muerte de Puri, su mujer, por un cáncer en 2002, cuando tenía 42 años.
Dos años después, Raúl, uno de sus hijos, falleció al estrellarse con su moto
con 15 años. Cuesta creer que, como confesó a Mónica Marchante en su
estupenda entrevista del pasado mes de marzo en Canal , llegara al Sporting
solo dos años después de semejantes azotes y proclamara: “Aquí, en el club y
la ciudad, lo que hace falta es alegría; las cosas van bien si transmites
positivismo”. Así era este paisano, que aún tendría que soportar en 2011 que
su padre muriera atropellado al resbalarse mientras empujaba un coche.

Manolín, Preciado, el paisano, volvió a levantarse aupado por su nueva mujer
y su hijo. Y por su amor a la vida que tanto le maltrataba, por su querencia por
la amistad y su quiebro a los enemigos. Así era este paisano, capaz de consolar
hace unos meses en rueda de prensa al presidente que le estaba despidiendo
de Gijón, donde encontró una segunda casa después de que plantara cara a
Piterman aún a costa de exiliarse del club de sus amores, el Racing. La
dignidad por encima de todo. A Preciado, un “superviviente puro”, como él
sostenía, siempre le devoraba el tiempo. Como jugador, un líbero zurdo luego
reciclado a lateral, debutó, sustituyendo a Portu ante el Salamanca, en 1978.
Estuvo solo cuatro años en El Sardinero y luego desfiló por Linares, Mallorca,
Alavés, Ourense y Gimnástica de Torrelavega. Y vendió espárragos y planes
de jubilación. Ya como técnico, un año en el Racing en dos etapas diferentes,
solo uno en el Levante, con ascenso incluido, y un día en el Villarreal, donde
había fichado horas antes de su muerte por un infarto. Deprisa, deprisa, solo
en Gijón llegó a encontrar sosiego, hasta que la vida le despidió a los 54
años tan mal como le trató. Así fue la vida de este paisano que bien pudo
ser paisano de otro Preciado, Juan, el hijo de Pedro Páramo al que
la tragedia siempre le merodeó en la Cómala de Juan Rulfo.

J. SÁMANO - elpais.com
7 JUN 2012


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