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El enigma Simeone

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Mensaje por 1903 Lun 25 Feb - 7:45

El enigma Simeone

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Vivió el doblete en el Atlético de Madrid. Llegó
como entrenador y en meses logró dos títulos
más, aparte de romper el bipartidismo en la Liga.

Diego Pablo Simeone ha regresado a España
únicamente para ganar. Su contagio sigue
marcando carácter. Solo conoce
un gen. El del triunfo.

Al parecer se le quedó grabado de por vida como cosa de Nilda. La obsesión por el
horóscopo… “Eso es cosa de Nilda, su madre”, dicen sus amigos. A veces no cuadra,
pero pocas. La mayoría se da. Esta manía por las cábalas no la toma a broma Diego
Pablo Simeone. Ha sido acabar de hablar durante un buen rato sobre lo divino y lo
humano cuando el técnico del ­Atlético de Madrid apunta: “Nos ha faltado tratar una
cosa”. ¿Qué? “El horóscopo. Yo le doy mucha importancia al horóscopo. Vos, ¿qué
signo sos?”. De hecho, cuando llega a un equipo, lo primero que pregunta sobre sus
jugadores es el zodiaco. “Sagitario necesita cariño, si en cambio ha nacido Escorpio,
caña, caña. A mí me tocó Tauro… Complicado. Aunque soy tranquilo, si me querés sacar
algo, sacáme el corazón, pero habláme bien. No me forcés, porque forzado… soy el peor”.

¿Y si, por una de esas cosas del azar, la cuenta del horóscopo no sale? “Entonces
pasamos al plan B”, comenta Cholo. ¿Y en qué consiste? “¿El plan B?: lo que yo digo”.

Para algunos, este detalle no pasará de la mera superstición. Para Simeone no. Se ha
forjado como método. Tampoco quiere hacerse fotos en el césped. “Cosas mías… En la
grada no me importa, en el césped sí”. No le da la gana aclararlo. Tiene
pocos secretos. Pero los que no quiere revelar se desvelan
inquebrantables a la curiosidad de cualquiera. Misterios.

Como viene a resultar un enigma su gen ganador. O más bien ciencia. Porque va con él. No
tiene nada que ver con el azar. Queda como pura estrategia. “Se puede ganar de distintas
maneras, lo importante es construirse muchas armas para lograrlo. Yo pienso como Ferguson
[el técnico del Manchester United], que ganar te da poder”. Triunfó como jugador
–cosechó títulos con el Atleti, títulos en Italia, títulos en las competiciones
argentinas– y repite como entrenador. Rápidamente.

Allá donde se le ha requerido, el Cholo se ha presentado y se ha marchado generalmente
cuando él lo ha decidido. Muchos se hubieran quedado más que satisfechos si a los equipos
se les hubiese librado de la quema. Pero es que una vez entraba Simeone en el vestuario, la
mentalidad se transformaba dejando patente su fama de gran motivador. Ocurrió
en el Atleti. Nadie daba un duro por la plantilla y acabaron ganando en 2012
la Liga Europa y la Supercopa de Europa. Títulos a pares.

Ocurrió a mitad de la temporada pasada. Desesperado el Calderón, desesperada la directiva,
perdidos los jugadores, tambaleándose por la tabla y descontentos con la falta de sustancia
de Gregorio Manzano, había llegado la hora de llamar a Simeone. Él respiraba tranquilo. En
Argentina. ­Haciéndose un nombre como técnico en clubes de sus amores como el Racing
de Avellaneda; poniendo en práctica principios que aprendió en la escuela de Vélez, donde
se formó. “Ahí me transmitieron valores: llevar tu ropa en el canasto, respeto, orden,
todo eso que te ayuda en la vida. Desde el orden uno empieza a vivir mejor”.

Pero también, por ejemplo, ejerciendo en el River Plate, con algún salto a Italia – en el Catania
Calcio– y preparado para ­demostrar quién es en algún grande de Europa. Pero no cualquier
club. Solo uno tenía metido entre ceja y ceja: el Atlético de Madrid. “Sabía que iba a volver.
Únicamente me dediqué a prepararme. Sabía que me llamarían en un momento
de dificultad. Iba a ocurrir. Todo lo que me está pasando lo quise, lo busqué”.

El futbolista habla con una seguridad pasmosa. Sin quiebra. Proféticamente. “Nunca me gustó
ver que van a tomar decisiones cuando vos las leés antes de que las tome yo”. ¿Por orgullo?
“Llamálo como quieras: no espero a que los demás resuelvan situaciones que me afectan”.

Para entender al Cholo es preciso analizar la curiosa alquimia que lo define: una mezcla de
instinto, inteligencia animal y sexto sentido que ni sus más próximos saben definir. “Suelo
adelantarme a lo que sé que puede suceder”, asegura. Pepe Pasqués, su sombra, su asesor,
su mano derecha, encargado de organizarle las relaciones con la prensa, admite no saber en
qué consiste ese punto que le convierte en diferente. Pero asegura que lo tiene, que
lo ve. “Es difícil definirlo, pero te juro que ha nacido con ese don para ganar”.

Y eso que vive con él, que ha hablado horas, días, la intemerata con él desde que se conocieron
en 2008. Eso que cada mañana comparten desayuno juntos. “Una linda tandita de mate, tostadas,
una rápida mirada a la prensa y al trabajo”, dice Pepe. Eso que se ha chupado kilómetros viajando
a su vera y al son de la música que programaban en Radio Rivadavia. “Desde el principio, cuando
nos podíamos hacer casi 200 diarios para ir y venir del entreno en una camioneta negra que
cuando vendió dijo: ‘Este carro tiene dos campeonatos”: el Torneo Apertura, con el
Estudiantes de la Plata, en 2006, y el Clausura, con el River, en 2008.

Recuerdos recientes… Una carrera más que meteórica como joven entrenador. Simeone, de
42 años, es como si aún no se hubiera retirado de la cancha. La adrenalina le funde con el
césped y conecta el mismo espíritu depredador desde el banquillo que desperdigaba como
jugador. “Yo no creo a algunos cuando dicen que no son en la vida como se les ve en la
cancha. Uno juega como es. No creo que un tipo pasional, sentimental, no se entregue en el
campo. No lo creo. Hay comunión en los sentimientos. El campo es donde uno se expresa”.

Una autenticidad que multiplica sus efectos en el Calderón, el hábitat que el Cholo entiende
como nadie. “El Calderón es pasión, quien no comprenda esto es difícil que triunfe. La gente
no va a protestar por una derrota, sino por dejadez y por falta de ambición”. Cuatro años como
jugador fueron suficientes para que captara como un brujo la complicada, muchas veces
imprevisible, voluble, en ocasiones caprichosa, ansiosa psicología del hincha atlético. Pero él
la intuyó al instante. “Y no era fácil. No lo era”, recuerda. Pero lo hizo tan bien que logró
armonizarse con la afición y convertirse en un buen pedazo del alma poco
transmutable del club. Fueron años en los que vivió la época del
doblete: Liga y Copa de la temporada 1995-1996.

Simeone sabía que el Atleti podía ganar más y llorar menos. “Cuatro años aquí son muchos:
en el primero nos salvamos del descenso, en el segundo ganamos Liga y Copa, y en el tercero
fuimos muy competitivos en la Champions…”. Pero si para algo ha regresado es para
contagiar hambre de títulos. También a deshacer un entuerto. “No puede ser
que esta Liga sea solo cosa de dos. No lo concibo”.

Esta temporada va cumpliendo. En la Liga ha destrozado el bipartidismo y se ha colado
entre el Barça y el irrealmandril. Será difícil que el año que viene el equipo no juegue la
Champions. Luchará por otro título y por quedar bien arriba. “El esfuerzo no se negocia”. Es
su lema. Si a ello le añadimos el talento y estado de gracia de jugadores como Falcao o el
carácter que aportan los Costa, Juanfran, Filipe Luís, Adrián, Arda Turan, Mario
Suárez o un portero como Courtois… estamos ante una época de
probables delirios junto al tridente de Neptuno.

En buena parte por culpa de Simeone. El pive criado en el barrio de Palermo en Buenos Aires,
donde vivía Borges y donde aquellas cuadras no parecían ni por asomo las del lugar chic que
son ahora, se ve a sí mismo en un espejo donde rebotan los partidos callejeros que jugaba
de acera a acera. “En el potrero, como se dice, sobre el empedrado. También en diagonal,
cruzado, y si teníamos suerte, con portones”. Era ese chaval que salía de
casa con sus botines Fulvencito, “que yo solía atarme hacia arriba”.

Aquellas veredas, aquellos aires, aquellas raíces de familia media, hijo de una madre peluquera
y un padre, don Carlos, vendedor de calefactores –“todavía hoy sigue trabajando”–, explican al
Cholo. Su argentinidad –“somos nostálgicos”–, la nobleza, una fuerte autodisciplina que
desarrolla aun con cierto culto al cuerpo en el gimnasio para que le luzca lindo la
pilcha, es decir, para que le cuelguen bien los modelos de ropa que le
gusta comprar como uno de sus vicios confesados…

El ejemplo que trataba de observar en otros, los lenguajes corporales que intuía en sus héroes,
los de la selección argentina que ganó el Mundial de 1978. “Me fijaba en la actitud del capitán,
de Passarella, cómo saltaba al campo, su andar, cómo se colocaba el buzo como le dicen
ustedes al chándal…, en Kempes, desequilibrante, en el Tolo Gallego. Siempre me fascinó la
gente con personalidad, la gente que vos la ves y te transmite algo: caras, gestos”.

Detalles. “Uno va copiando aquello en lo que se fija. En mi casa recibí una educación esmerada.
Tengo la suerte de aprender de todo lo que veo para ir mejorando yo mismo”. Desde el olor del
asado, cuyo arte ahora, dicen amigos suyos como Pepe o Pablo Balbis, domina,
hasta el vínculo con la familia, como buen descendiente de genoveses.

Y como precio del éxito. Porque a la cercanía de la familia es a lo que renuncia y lo que sufre
por triunfar en Europa. La lejanía de los tres hijos, de 17, 14 y 10 años, que también siguen el
camino del padre. Como el mayor, figura ascendente en el River, donde están
los tres, “aunque”, dice Simeone, “el mejor de todos es el chiquito”.

El constante arrope de sus dos hermanas, especialmente Natalia, abogado, que lleva sus
negocios y sus contratos, también se echa en falta. “La ausencia de los hijos se siente; queda la
felicidad de hacer lo que uno ama, el fútbol, pero la otra parte no está… Tratamos de compensar.
La calidad del tiempo por la cantidad. Los chicos saben lo que su padre busca y ellos son
felices disfrutando de lo que me fascina. Su madre los atiende y los sostiene
de la mejor manera. Es una situación nada simple, pero se da”.

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“Pienso mucho en ellos”, sigue el Cholo. “Me gustaría que fueran tipos decentes, educados,
buena gente, trabajadores, que no caigan por vencidos, tipos nobles, queridos por sus amigos.
Los veo y sé que puede pesarles tener un nombre conocido como el del padre, pero
son sencillos, y eso toca y pasa por la educación de la mamá y la nuestra
y por lo que nos tocó vivir cuando estuvimos juntos”.

Pero Simeone cuenta con fibra de sobra para bancarse esa ausencia y aguantar. Vive el aquí
y el ahora intensamente. “A veces me pregunto qué es la felicidad. Consiste en vivir el
presente de la mejor manera. Pensar en el futuro no conviene demasiado;
si lo hacés, a menudo se te escapa lo que tenés delante”.

Ha llegado a Europa para triunfar y quizá volver allá. ¿Un sueño? La selección argentina. “Fue
mi vida. Tres mundiales. No sé cuántas copas América. No tuve vacaciones. Cada vez que
veías tu camiseta colgada en el vestuario desaparecía el cansancio, las
horas de vuelo. Hacía lo que tenía que hacer y más por estar”.

Ni oculta ni ocultará quien durante algún tiempo fue el jugador que más veces vistió la
albiceleste su aspiración de entrenarla. Aunque ahora hay que dejar trabajar al equipo que
dirige Alejandro Sabella de cara al Mundial de 2014. Van bien encaminados, según él y los
suyos. Pero más tarde, ¿quién sabe? “Ahora no lo pienso. Como entrenador, yo
siempre estoy sintiendo que me van a echar. Por eso no me queda otra que
ganar”. En ese equipo, como en el Atleti, Simeone impondría su estilo.

Aunque ahora se limita a dotar de fuerte personalidad a los rojiblancos. Una personalidad
que les devuelve perfeccionado su legendario carácter de contraataque letal: desde una
defensa fuerte hasta una delantera también fuerte. El Cholo lo encarna: “Cuando uno siente
pertenencia, la transmite. A los 20 días de estar acá, con estos jugadores, me sentía como
si llevara años. Nunca hubo nada forzado, todo resultó muy natural, ellos querían recibir y
quieren más, me piden más. Acá, más allá de jugar bien, deben mostrar talento,
ambición y coraje. Eso es mucho más importante que jugar bien”.

Sabe inculcarles su filosofía. Jugar en cualquier posición, como le enseñó uno de sus maestros,
Bilardo. “Yo jugué de todo, desde chiquitito. ¿Cuento las posiciones? Menos de portero, jugué
de lateral derecho, de central, de central izquierdo, de carrilero por la izquierda, de doble cinco,
de volante por la derecha, de segunda punta, de punta. Eso lo aprendí con Bilardo,
que el futbolista lo es más allá de desarrollar su labor en una posición u otra”.

Ahora, de elegir… Todavía sueña con haber sido delantero centro: “Me hubiese gustado ser
número 9. El gol es lo más lindo del fútbol: el éxtasis… La situación que te permite empezar a
disfrutar del juego, ahí está. Son centésimas de segundo que te olvidás del mundo…”.

Enseña su manual a poder ser sin ansiedad. “¿Ansioso? ¿Soy ansioso, Pepe?”, pregunta a su
hombre de confianza. Cuando este responde afirmativamente, el Cholo cae. “Sí, puede que sí
sea ansioso y muy crítico conmigo mismo, pero al tiempo no me siento convencido de tener
siempre la razón. Sé escuchar, tengo la tranquilidad de saber escuchar y comprender
para luego poder resolver. Antes era más impulsivo. Tenía otra cabeza.
Hoy trato de pensar las cosas un segundito más”.

Y disfrutar de una visión de conjunto: “Como entrenador lo vivo de otra manera. La cabeza es
espacio y estoy entregado al cien por cien a esa situación. Pero cansa. Es un esfuerzo mental.
No hay nada que se me cruce. Y me gusta. Son 90 minutos. El entrenador se imagina un
partido, sueña un juego, vive un juego que no juega y trata de ver lo que trabajó, lo que preparó.
Cuando uno logra plasmar lo que se imaginaba, llega la felicidad. Me ha pasado esto dos veces
acá. Las dos finales: el partido con el Chelsea y el del Bilbao. No hubo nada que rompiera el plan”.

El ‘cholismo’ inyecta un permanente estado de alerta. Sale a cuenta el miedo en este negocio,
según Simeone. “Los partidos aparentemente más fáciles son los que se te pueden torcer. Me
preocupa cuando piensas que esto es simple, sencillo. Hay que estar siempre atento. Pensar
que se puede perder. Me aíslo de cualquier situación que me haga sentir cómodo. Me
preocupa esa palabra. Comodidad. Estoy más inquieto en un partido supuestamente accesible
que en uno complicado. En este deporte hay que tener miedo, el miedo te da coraje. Cuando
estás encerrado y no tenés salida, buscas una solución, pero si no la encontrás, quedas a
expensas de que te ocurra algo. A los jugadores se lo digo: cuidado con el miedo. Tener miedo
es estar preparado para pelear, para matar, siempre hablando futbolísticamente…”.

Pero también lo puede aplicar a la vida, a la política, a su país. Aunque se niega a hablar de
esas cosas. “No opino ni de política ni de economía. Cuando tengo que votar, lo hago. No
estoy en el país para saber más allá de lo que pasa por mi familia y
por mis amigos. No quiero opinar de eso”.

Ahora, sí analiza en términos generales y con arreglo a su teoría del miedo en clave comparativa:
“El miedo en mi país siempre nos ha hecho estar más preparados para todo. Si tengo que decir
algo sobre la Argentina actual es que me gustaría que nos pudiéramos sentir más seguros.
Aunque si comparamos y vemos lo que está sucediendo ahora en España, en Europa, siento
que les cuesta más a ustedes salir hacia adelante. Nosotros estamos más alerta, fuimos más
golpeados, nos tuvimos que regenerar y volver a ponernos de pie. Vos vas a ver
al argentino y el argentino pelea, se levanta, es un tipo que se entrega”.

J. RUIZ MANTILLA - 25 FEB 2013
elpais.com
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