Pirlo
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Pirlo
Pirlo
Andrea Pirlo acabó el Alemania-Italia como Zinedine Zidane el Francia-Brasil de
la Copa de 2006: arrodillando al rival para que les lavasen los pies con humildad
redentora. En el genio francés del fútbol mundial fue su particular canto del cisne,
el lujo que se conceden los dioses antes de evaporarse. Zidane se guardó un
panenkazo para la final y ya todo fueron arrestos y famiglia, pero antes puso a
los brasileños a bailar para él en su sambódromo de controles, pases al hueco,
toques con el exterior y frenesí de piernas y cintureo; acciones tan bien
coordinadas que lo hacían aparecer al mismo tiempo en tres partes del campo.
Gilberto Silva, Kaká y Robinho todavía sueñan con la estela de
su blanquísima sombra en estertor diluyéndose con la
pelota, amamantándola como Roma a sus hijos.
Pirlo es un futbolista de lo esencial que siempre llega a los torneos como
esperanza blanca del tiquitaca; Pirlo la toca, Pirlo tiene el golpeo, Pirlo got the
power. Y cuando todos a su alrededor menguan porque la dureza del partido los
maltrata, Andrea suelta los pies como si abriese una jaula de la que saliesen
serpientes: así son los pases de Pirlo con el partido roto, reptiles que se le
meten por la espalda a los defensas hasta engullirlos como pitones.
La Eurocopa ha sido testigo de este futbolista grande como una catedral que
gobierna los partidos con sólo agitar su pelazo, desatándoselo como Zidane,
con la ventaja de que a Zidane nadie se lo veía, pero lo llevaba. Gitano de Flero,
en Brescia, y por tanto de corazón lombardo, Andrea Pirlo sabe por la batalla de
Pavía que los españoles ganan las guerras capturando reyes, y si entonces
fueron un vasco y un gallego los que encarcelaron al francés Francisco I, ahora
serán un vasco y un catalán los que le pongan el cepo en el campo al
emperador italiano que congeló Inglaterra con un penalti en
slow motion, que es lo que queda cuando falla la Armada.
Se cuenta que a Estados Unidos llegó Dalí y en sus primeras entrevistas
menospreció a Buñuel, que ya andaba por allí. Fue el cineasta
al hotel del pintor a pedir explicaciones:
-Pero hombre, por qué no hablas bien de mí.
-Mira, Luis: yo he venido aquí a levantar mi estatua, no la tuya.
Pirlo se sabe querido por la España del chunda-chunda y seguro que admira
secretamente su billar francés: carambolas eternas sin un agujero en el que
meterla. Pero como le gusta decir al Marca, Italia tiene cuatro estrellitas y
España una, y cuando todos empezamos a beber Pirlo ya estaba de resaca.
Por tanto el domingo saldrá al campo con su estatua hecha, pues se partió la
batuta hace seis años orquestando un Mundial mitológico para un país hecho
un trapo, pero guarda todavía el compás de las finales, que es lo que sacan
los grandes; lo hizo Xavi en Austria para dejar solo a Torres, y ya puede ver
uno a Pirlo merodeando los tres cuartos de campo con la pelota atada a su
tobillo como un cascabel, ahora para aquí y ahora para allá, mientras
Schweinsteger no concilia el sueño pensando en el ruido atronador con el
que suenan los delicados pases de Pirlo. Seda en las formas y suave en el
desplazamiento; rugido de misiles cuando llegan a su destino, silbando
por el césped de un lado a otro hasta que el rival, si Andrea está
emocionado, pide clemencia subiéndose al palo de la bandera.
M. Jabois | 29/06/2012
elmundo.es
Andrea Pirlo acabó el Alemania-Italia como Zinedine Zidane el Francia-Brasil de
la Copa de 2006: arrodillando al rival para que les lavasen los pies con humildad
redentora. En el genio francés del fútbol mundial fue su particular canto del cisne,
el lujo que se conceden los dioses antes de evaporarse. Zidane se guardó un
panenkazo para la final y ya todo fueron arrestos y famiglia, pero antes puso a
los brasileños a bailar para él en su sambódromo de controles, pases al hueco,
toques con el exterior y frenesí de piernas y cintureo; acciones tan bien
coordinadas que lo hacían aparecer al mismo tiempo en tres partes del campo.
Gilberto Silva, Kaká y Robinho todavía sueñan con la estela de
su blanquísima sombra en estertor diluyéndose con la
pelota, amamantándola como Roma a sus hijos.
Pirlo es un futbolista de lo esencial que siempre llega a los torneos como
esperanza blanca del tiquitaca; Pirlo la toca, Pirlo tiene el golpeo, Pirlo got the
power. Y cuando todos a su alrededor menguan porque la dureza del partido los
maltrata, Andrea suelta los pies como si abriese una jaula de la que saliesen
serpientes: así son los pases de Pirlo con el partido roto, reptiles que se le
meten por la espalda a los defensas hasta engullirlos como pitones.
La Eurocopa ha sido testigo de este futbolista grande como una catedral que
gobierna los partidos con sólo agitar su pelazo, desatándoselo como Zidane,
con la ventaja de que a Zidane nadie se lo veía, pero lo llevaba. Gitano de Flero,
en Brescia, y por tanto de corazón lombardo, Andrea Pirlo sabe por la batalla de
Pavía que los españoles ganan las guerras capturando reyes, y si entonces
fueron un vasco y un gallego los que encarcelaron al francés Francisco I, ahora
serán un vasco y un catalán los que le pongan el cepo en el campo al
emperador italiano que congeló Inglaterra con un penalti en
slow motion, que es lo que queda cuando falla la Armada.
Se cuenta que a Estados Unidos llegó Dalí y en sus primeras entrevistas
menospreció a Buñuel, que ya andaba por allí. Fue el cineasta
al hotel del pintor a pedir explicaciones:
-Pero hombre, por qué no hablas bien de mí.
-Mira, Luis: yo he venido aquí a levantar mi estatua, no la tuya.
Pirlo se sabe querido por la España del chunda-chunda y seguro que admira
secretamente su billar francés: carambolas eternas sin un agujero en el que
meterla. Pero como le gusta decir al Marca, Italia tiene cuatro estrellitas y
España una, y cuando todos empezamos a beber Pirlo ya estaba de resaca.
Por tanto el domingo saldrá al campo con su estatua hecha, pues se partió la
batuta hace seis años orquestando un Mundial mitológico para un país hecho
un trapo, pero guarda todavía el compás de las finales, que es lo que sacan
los grandes; lo hizo Xavi en Austria para dejar solo a Torres, y ya puede ver
uno a Pirlo merodeando los tres cuartos de campo con la pelota atada a su
tobillo como un cascabel, ahora para aquí y ahora para allá, mientras
Schweinsteger no concilia el sueño pensando en el ruido atronador con el
que suenan los delicados pases de Pirlo. Seda en las formas y suave en el
desplazamiento; rugido de misiles cuando llegan a su destino, silbando
por el césped de un lado a otro hasta que el rival, si Andrea está
emocionado, pide clemencia subiéndose al palo de la bandera.
M. Jabois | 29/06/2012
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