Falcao es Súper
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Falcao es Súper
Falcao es Súper
Tres goles del colombiano en la primera
mitad otorgan a los madrileños su cuarto
título europeo en dos temporadas
El Atlético es supercampeón de Europa. Por tantas y tantas cosas, claro está, pero
sobre todo por Radamel Falcao. "Es una bestia, el mejor delantero centro del mundo",
decía Mario Suárez justo al finalizar el partido y, aunque pueda sonar a exageración,
amor de vestuario, tenía toda la razón. La definición representada en un futbolista
capaz de finalizar frío, de celebrar caliente, de brillar con la zurda siendo diestro.
Una maravilla, una barbaridad. En 45 minutos que pasarán a la historia colchonera,
en un estadio Luis II de Mónaco, asombrado, boquiabierto, el colombiano marcó tres
goles y estrelló dos balones al palo. Una de las mayores exhibiciones de un futbolista
sobre un campo de fútbol. En 45 minutos el Atlético logró su cuarto título europeo en
dos años, el quinto de su historia, y logró olvidarse del asombro inicial por la
victoria, de esa pesimista tradición que le frenó al inicio y le desató al final.
En esos 45 minutos nació y murió el partido. Así lo quiso Falcao, dueño de un espacio,
el área, donde los mortales se ahogan por falta de oxígeno, donde escasea la luz en el
instante definitivo de definir. En ese espacio angustioso para casi todos enseña Radamel
su precisión de cirujano, su mente despejada para buscar el hueco, por arriba de un portero
en el suelo como en el primero, por arriba de un portero -enorme además- de pie como en
el segundo, por debajo de las piernas de ese mismo portero como en el tercero, ya al borde
del descanso, con el trofeo resuelto gracias a la grandeza de un animal futbolístico, uno de
esos hombres que aparecen muy de vez en cuando y que el Atlético
agradecerá eternamente haberlo tenido, dure el tiempo que dure.
Porque los esfuerzos del verano, encaminados a mantenerlo en la plantilla, hallaron ayer
su razón de ser. Ayudado por manos externas, el Atlético lo situó el verano pasado como
el fichaje más caro de su historia. Doce meses más tarde, tiene ante sí al quinto goleador
europeo de su historia (15) igualado con Forlán y a tres de Agüero, al que le costó cinco
cursos alcanzar sus números. Tiene ante sí el Atlético, su hinchada, a un tipo que ha
firmado 42 goles en 53 partidos con esta camiseta, y que destrozó al Chelsea en cada
aparición. No sería justo olvidar al resto del equipo y al banquillo, pero cuando
una noche contempla un desparrame de fútbol como el de
Falcao es de ley dejarle a él todos los honores.
Salió el Atlético más convencido, más suelto, con más facilidad en el toque, resuelto a jugar
la final cómo y dónde quería jugarla, en su propio campo, donde esperaban todos para ir
haciendo cada vez más grande la desesperación del Chelsea, plano, ficticio, mentiroso, y
desde ahí tirar de velocidad y dejarle el resto a Falcao. A los tres minutos el colombiano
ya había tirado al larguero e Ivanovic había cometido penalti sobre Koke.
La difícil posición de Torres
Destartalado, el equipo de Di Matteo comprobó la escasa utilidad de mezclar a gente como
Mikel y Lampard, futbolistas de paso lento y pase horizontal, incapaces de mezclar con el
talento de Mata o Hazard, dejando a Torres en una posición incomodísima, la del delantero
que vive siempre en inferioridad, de espaldas a la portería y viendo cómo las
cámaras se cebaban con él cada vez que Falcao profanaba la otra portería.
A los seis minutos, el dueño absoluto de la noche se topó por vez primera con la red después
de picarle un balón precioso a Cech, que en ese momento no podía imaginar lo que se le
venía encima. Porque Falcao, dicho está, culminó como los grandes un ejercicio colectivo
impecable. Simeone, definitivamente también en el altar de los colchoneros para siempre,
metió a Koke en el lugar de Rodríguez para ayudar a los dos mediocentros y tejer un lío en
el centro del campo. El único liberado de cualquier tarea de ayuda era, cómo no, Falcao,
cuestión que resultó muy evidente en distintas fases del partido. Al fin y
al cabo, él está para hacer goles, y de eso no hay dudas.
Llegó el segundo en un recuerdo maravilloso de su primer gol ante el Athletic en Bucarest,
parando el tiempo, levantando la cabeza, con el interior de la zurda, dulce el toque,
precioso, divina parábola a la escuadra contraria. Seguía el Atlético nadando plácido en
su superioridad, con las ideas más claras que nunca, brutal en el despliegue, y si no había
robo, y si había superioridad, falta y al sitio. Un plan de entrenador, cuya mano se nota en
todo menos en la resolución de las jugadas, donde su mano ya no llega, pero resulta que
en este equipo da igual, eso es cosa de uno. Y llegó el tercero en otra contra, robar y salir,
robar y salir de este Atlético de Simeone. La condujo Arda de campo a campo y se la
entregó a quien sabía no le iba a fallar. Fue en ese instante cuando el mundo pareció
pararse en las botas de Radamel Falcao. ¿La segunda parte? Bien, gracias.
E. J. Castelao | Montecarlo
31/08/2012 elmundo.es
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Tres goles del colombiano en la primera
mitad otorgan a los madrileños su cuarto
título europeo en dos temporadas
El Atlético es supercampeón de Europa. Por tantas y tantas cosas, claro está, pero
sobre todo por Radamel Falcao. "Es una bestia, el mejor delantero centro del mundo",
decía Mario Suárez justo al finalizar el partido y, aunque pueda sonar a exageración,
amor de vestuario, tenía toda la razón. La definición representada en un futbolista
capaz de finalizar frío, de celebrar caliente, de brillar con la zurda siendo diestro.
Una maravilla, una barbaridad. En 45 minutos que pasarán a la historia colchonera,
en un estadio Luis II de Mónaco, asombrado, boquiabierto, el colombiano marcó tres
goles y estrelló dos balones al palo. Una de las mayores exhibiciones de un futbolista
sobre un campo de fútbol. En 45 minutos el Atlético logró su cuarto título europeo en
dos años, el quinto de su historia, y logró olvidarse del asombro inicial por la
victoria, de esa pesimista tradición que le frenó al inicio y le desató al final.
En esos 45 minutos nació y murió el partido. Así lo quiso Falcao, dueño de un espacio,
el área, donde los mortales se ahogan por falta de oxígeno, donde escasea la luz en el
instante definitivo de definir. En ese espacio angustioso para casi todos enseña Radamel
su precisión de cirujano, su mente despejada para buscar el hueco, por arriba de un portero
en el suelo como en el primero, por arriba de un portero -enorme además- de pie como en
el segundo, por debajo de las piernas de ese mismo portero como en el tercero, ya al borde
del descanso, con el trofeo resuelto gracias a la grandeza de un animal futbolístico, uno de
esos hombres que aparecen muy de vez en cuando y que el Atlético
agradecerá eternamente haberlo tenido, dure el tiempo que dure.
Porque los esfuerzos del verano, encaminados a mantenerlo en la plantilla, hallaron ayer
su razón de ser. Ayudado por manos externas, el Atlético lo situó el verano pasado como
el fichaje más caro de su historia. Doce meses más tarde, tiene ante sí al quinto goleador
europeo de su historia (15) igualado con Forlán y a tres de Agüero, al que le costó cinco
cursos alcanzar sus números. Tiene ante sí el Atlético, su hinchada, a un tipo que ha
firmado 42 goles en 53 partidos con esta camiseta, y que destrozó al Chelsea en cada
aparición. No sería justo olvidar al resto del equipo y al banquillo, pero cuando
una noche contempla un desparrame de fútbol como el de
Falcao es de ley dejarle a él todos los honores.
Salió el Atlético más convencido, más suelto, con más facilidad en el toque, resuelto a jugar
la final cómo y dónde quería jugarla, en su propio campo, donde esperaban todos para ir
haciendo cada vez más grande la desesperación del Chelsea, plano, ficticio, mentiroso, y
desde ahí tirar de velocidad y dejarle el resto a Falcao. A los tres minutos el colombiano
ya había tirado al larguero e Ivanovic había cometido penalti sobre Koke.
La difícil posición de Torres
Destartalado, el equipo de Di Matteo comprobó la escasa utilidad de mezclar a gente como
Mikel y Lampard, futbolistas de paso lento y pase horizontal, incapaces de mezclar con el
talento de Mata o Hazard, dejando a Torres en una posición incomodísima, la del delantero
que vive siempre en inferioridad, de espaldas a la portería y viendo cómo las
cámaras se cebaban con él cada vez que Falcao profanaba la otra portería.
A los seis minutos, el dueño absoluto de la noche se topó por vez primera con la red después
de picarle un balón precioso a Cech, que en ese momento no podía imaginar lo que se le
venía encima. Porque Falcao, dicho está, culminó como los grandes un ejercicio colectivo
impecable. Simeone, definitivamente también en el altar de los colchoneros para siempre,
metió a Koke en el lugar de Rodríguez para ayudar a los dos mediocentros y tejer un lío en
el centro del campo. El único liberado de cualquier tarea de ayuda era, cómo no, Falcao,
cuestión que resultó muy evidente en distintas fases del partido. Al fin y
al cabo, él está para hacer goles, y de eso no hay dudas.
Llegó el segundo en un recuerdo maravilloso de su primer gol ante el Athletic en Bucarest,
parando el tiempo, levantando la cabeza, con el interior de la zurda, dulce el toque,
precioso, divina parábola a la escuadra contraria. Seguía el Atlético nadando plácido en
su superioridad, con las ideas más claras que nunca, brutal en el despliegue, y si no había
robo, y si había superioridad, falta y al sitio. Un plan de entrenador, cuya mano se nota en
todo menos en la resolución de las jugadas, donde su mano ya no llega, pero resulta que
en este equipo da igual, eso es cosa de uno. Y llegó el tercero en otra contra, robar y salir,
robar y salir de este Atlético de Simeone. La condujo Arda de campo a campo y se la
entregó a quien sabía no le iba a fallar. Fue en ese instante cuando el mundo pareció
pararse en las botas de Radamel Falcao. ¿La segunda parte? Bien, gracias.
E. J. Castelao | Montecarlo
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