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Quique, mitos y desastres

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Mensaje por ATLETISOY Lun 23 Mayo - 8:23

Quique, mitos y desastres

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Velaba su última noche el condenado a muerte, cuando el alcaide le negó
cenar antes del patíbulo. Cruel e innecesario gesto de Quique para acaparar
focos y borrar del cartel del adiós al rubio pistolero que nos dio una UEFA y
toneladas de autoestima. Con dejarlo en la prisión del banquillo era suficiente
penitencia. Y no necesitaba el mister anunciar su propia despedida, maniobra
infantil de quien busca caricias. Le hubiera bastado un saludo desde el centro
del campo al final del partido. Ese gesto sutil e inequívoco hubiera agrandado
su aureola entre toda la parroquia (a quien pitó durante el partido por quitar de
los créditos al uruguayo): Pese a todo, ha sido beatificado. La historia
de Quique y el Atleti, entre lo memorable y la catástrofe.

Cuando sorpresivamente se mudó al Calderón, allá por el 23 de octubre de 2009,
toda la prensa calcó el cuestionario en las primeras preguntas: “Señor Flores,
¿sabe usted realmente dónde se mete?, ¿cuánta gente le ha preguntado estos
días si es usted un temerario, un suicida con ganas de ensuciar su carrera?”.
El bueno de Quique se colocó el sombrero, se ató la gabardina, dio un par de
caladas al destino y con su radiofónico timbre de voz traspasó el foso del
Manzanares sacudiéndose de encima a los agoreros. Allí se disponía este
romántico y algo egocéntrico Elliot Ness a adentrarse en un mundo caótico, incierto
y criminal, lleno de fantasmas del pasado y de urgencias del mañana mismo. Al
rebasar ese umbral, Quique sabía que nada sería igual y que combatir el fatalismo
S.A.D. iba a marcarle en las entrañas. No sale gratis el Atleti, no.

Desde el comienzo, aplicó su metodología de la tranquilidad para destensar un club
proclive al ataque de nervios. Con su imagen de pequeño dandi de sabias palabras,
impuso la cordura con un discurso y hasta un estilismo, que recordaba al monje
budista de Sant Pedor. Sentido común, fluida pero equidistante relación con la prensa,
política de incentivos y castigos en el campo, y pacto de no agresión con la zona
noble del estadio fueron los epígrafes de su bloc. Haber venido de la mano de García
Quilón, al que se le deben tantas y tantas cosas, ayudó a que el aterrizaje fuera
ciertamente aterciopelado. El equipo, con respiración asistida.

Las jornadas pasaron y, arrojados de la Champions como el que se tira de un tren en
marcha, el mister no daba con la tecla. Cogió prestigio al ser capaz de drenar la
laguna Estigia para devolver a la vida a José Antonio Reyes, aunque él mismo sintió
el aliento de la guillotina en días infames como el del Recreativo. Gil Marín tecleó el
móvil de Luis Aragonés más de una vez. Nadie respondió. Se pasaron ridículas
eliminatorias de Copa y peliagudos trances en UEFA. Mágicamente, el equipo se veía
en rondas finales y fue capaz de doblegar al potentísimo Fulham cuando la hinchada ya
rezaba a la Virgen de los guantes de De Gea. De aquella chapucera manera, pero se
enterraron complejos. Quique, entronizado. La grada, llorando aún de júbilo.

Ganada la Supercopa al Inter en el mejor partido del Atlético en 25 años, la temporada
tenía otro trazo y parecía que se materializaría un patrón de juego largamente añorado.
Pronto se rompió la cuerda con la fuga de Jurado y Simao, mientras que comenzaba a
enquistarse el asunto Forlán. Una mala planificación deportiva (desplome físico incluido)
y más fichajes que engordaban el capítulo de históricas decepciones abortaron la
ansiada normalización y el resurgimento del club en la élite. El reinado duró un suspiro.
Se sigue a las faldas de Villarreal, Sevilla y Valencia, por no hablar de la distancia
sideral con la bicefalia. En báscula, fríamente, la temporada ha sido pe-no-sa.

Sí, ha habido muchos tachones en la hoja de servicios del hijo de Isidro y Carmen Flores,
pero sobre todo en su expediente resaltarán como dos esmeraldas las dos trofeos que
“actualizaron la Historia del club” como bien dijo en la despedida. Nadie recordará nunca
el cómo, los detalles o circunstancias. Sólo por haber matado a la bestia y por haber
sentido con autenticidad la empatía del sentimiento rojiblanco, Quique forma parte de la
hemeroteca sentimental en rojo y blanco. Como te cantaría el camarada Rosendo,
siempre “prometo estarte agradecido”, aunque el adiós podría haber sido elegante y
señor, sin traicionar unos principios en un adiós emotivo, personalista
y grandilocuente, y sobre todo demasiado cruel.

Blogiblanco 16 MAY 2011
J. Caballero elmundo.es






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