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Gárate, el primer caballero

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Mensaje por ATLETISOY Lun 6 Feb - 12:54

Gárate, el primer caballero

Gárate, el primer caballero Garate3ajpg

Érase una vez un futbolista, allá por los años setenta, que, de haber nacido en
Inglaterra, habría sido nombrado ‘Sir’ por Su Majestad la Reina. Aquel señor,
amable, cortés, educado y discreto, disparaba las ilusiones del alma cuando
vestía calzones cortos. Llevaba bordado a mano, en el pecho, un oso y un
madroño, cosido a la espalda un número, el nueve, y era delantero centro del
Atlético de Madrid. Un equipo que entonces no andaba pendiente de si a su
estrella se vendía a otro club, más grande, porque entonces el Atlético era un
grande. Aquel señor, el yerno deseado por todas las madres, el hombre al que
uno siempre le compraría un coche de segunda mano sin desconfiar,
representaba era una forma de vida, la caballerosidad. Los valores. Él, que
coleccionaba moratones en sus piernas y fabricaba goles de museo, fue
protagonista de cuentos heredados de padres a hijos, de goles con entradilla de
“papá cuéntame otra vez ese cuento tan bonito“, hasta hacerse un sitio entre las
familias colchoneras. José Eulogio Gárate, el hijo de Crispín, que arreglaba bicicletas,
disciplinaba a las musas a base de goles y conducta ejemplar. Fue el último gran
héroe de la hinchada del Atlético, su gran orgullo, el primer caballero del
fútbol español. Sinónimo de la palabra elegancia, Gárate jugó
a fútbol con esmoquin. Hoy camina por la vida de frac.

Hijo de españoles que emigraron a Argentina por motivos laborales, José Eulogio
nació en el cinturón bonaerense de Sarandí, hasta que su familia regresó a España,
al País Vasco. Los Gárate se afincaron en Eibar, su hijo se matriculó en Las
Mercedarias y comenzó su andadura futbolística en los juveniles del club armero,
en el que permaneció hasta su mayoría de edad. Cuando cumplió los dieciocho,
mientras estudiaba ingeniería en Bilbao, un conjunto local de Tercera División
decidió apostar por él. Aquel equipo era el Indauchu, de categoría amateur, en el
que Gárate pudo completar el rodaje de su motor como goleador elegante. Aunque
él era, en aquel entonces, hincha del Athletic. “Mi infancia la pasé en el norte y el
Athletic fue mi equipo en aquellos momentos. Me gustaba mucho Garay, defensa
central y el portero Carmelo, con el que tuve la oportunidad de enfrentarme en Sarriá
en un Atlético – Español. Me tiraban mucho los leones”. Fernando Daucik, técnico
del Indauchu, sabía que tenía un diamante en su equipo. Que aquel estudiante de
ingeniería llegaría muy lejos. Tanto, que le preparó una prueba para que le echaran
un vistazo los ojeadores del Atlético de Madrid, que no atravesaba una buena etapa
financiera y necesitaba agudizar el ingenio para reclutar nuevos talentos. “Tengo
aquí a alguien que os dejará impresionados”. En 1966, gracias al ojo clínico de
Daucik y a otro ilustre de los banquillos, Domingo Balmanya, el Atlético hacía oficial
la contratación de José Eulogio Gárate. “Estaba estudiando la carrera de Ingeniería,
estaba en tercer curso. En aquella época el Atlético había sido campeón de Liga y
tenía un equipo repleto de internacionales. Llegué con el pensamiento de ser
suplente y ver a mis ídolos”. Se equivocaba. De medio a medio. El vestuario le
recibió con los brazos abiertos y en tiempo récord cayó de pie entre los pesos
pesados del Atlético. Introvertido, callado y respetuoso, se integró desde el primer
minuto. “Menudo vestuario había en el Atlético. El jefe era Jorge Griffa, del que
aprendí muchísimo. Me ayudó con los compañeros y me enseñó a sentir el fútbol
y aprender a ganar. A tener mentalización”. Tras un par de partidos,
se ganó la titularidad. Después, Gárate no sólo sería un buen
delantero, sino que se convertiría en el mejor ‘nueve’ de la
historia del Atlético, en un mito del fútbol español.

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A caballo entre los sesenta y hasta bien entrados los setenta, el Atlético viviría días
de vino y rosas. Con Gárate como estandarte del fútbol de altos vuelos, el Atlético
cimentó una leyenda de gloria y contragolpe. Primero con gestas esculpidas en
oropel, con nombres propios como Adelardo, Collar o Luis Aragonés. Después,
con partidos épicos, de fútbol total y de historias con letras de oro, escritas con
pie y letra de futbolistas de primer nivel como Irureta, Leal, Salcedo o Reina. Con
José Eulogio Gárate como icono del fair play y de la elegancia en estado puro, el
Atlético estiró el chicle de su grandeza hasta cotas inimaginables. Desplazó al
Barça y amenazó el trono del irrealmandril. Con Gárate como santo y seña, la
afición del Atlético disfrutó de un equipo eléctrico. “En aquella época, en cuanto
a estilo, nosotros ya éramos muy contragolpeadores. Defendíamos juntos,
dominábamos los espacios en el mediocampo y lanzábamos contras rápidas.
Históricamente, es nuestro estilo de juego, nunca deberíamos olvidarlo en el futuro”.
La era Gárate se saldó con tres Ligas, dos Copas del Generalísimo, un
subcampeonato de Europa y una Copa Intercontinental de Campeón del Mundo
de Clubes. Con él como referencia, como filosofía de vida, la afición del Atlético
alcanzaba el nirvana. El ingeniero del gol hizo soñar al Manzanares durante once
años, llenando de ilusión el Paseo de los Melancólicos. José Eulogio Gárate
—‘Sir’ Gárate— consiguió ser tres veces el máximo realizador de la liga, y anotó
109 goles en 241 encuentros. De postre, adornó su currículum siendo el delantero
centro titular de la selección española, donde su elegancia con la pelota también se
hizo notar. El día de su debut, también. “Balmanya me hizo debutar contra
Checoslovaquia. Y además, hice gol. Siempre recordaré ese día. Me hicieron un
marcaje muy pegajoso, un defensa parecía chicle pegado a mi, pero tuve suerte
y conseguí marcar”. Siempre tenía suerte cuando se trataba de marcar.
Él lo llamaba así, suerte.

La magia de José Eulogio se acabó en la final de Copa de 1976, en un partido a
cara de perro ante el Real Zaragoza, en el que anotaría un gol de cabeza, lanzándose
en plancha, que arrancó una ovación del Bernabéu. Sin embargo acabaría
abandonando el terreno de juego después de sufrir una entrada de Heredia, cuyos
tacos le dejaron una herida en la rodilla. Jugadores, prensa y aficionados no
concedieron demasiada trascendencia a aquella patada. Hasta entonces, el buenismo
de Gárate había soportado estoicamente multitud de golpes, patadas, codazos y
zancadillas. “A veces me dolían muchos los huesos después de los partidos, pero
hoy día eso no pasaría. Hay una gran diferencia en la rehabilitación muscular de la
zona, ya que el seguimiento antes no era tan completo como ahora, con las
resonancias y pruebas diagnósticas. Todo diagnóstico se basaba en el tacto y era
muy difícil cuando te hacían daño de verdad”. Aquella patada del jugador del
Zaragoza no debía tener nada de particular, formaba parte de esa colección de
moratones que las piernas de José Eulogio habían tolerado,
pero esta vez no fue así. Gárate no olvidaría aquella
patada el resto de su vida. No volvió a ser él mismo.

El partido ante el Elche lo confirmaría. En ese choque, El ‘ingeniero’ reaparecería,
pero su rodilla no terminaba de funcionar como antes. Los médicos del Atlético le
aconsejaron que se sometiera a un tratamiento facultativo, pero José Eulogio ya
albergaba dentro de sí mismo el peor de los presagios. Su vieja herida de la final
copera ante el Zaragoza nunca llegó a cicatrizar del todo. Un hongo acabó por
afectar su rodilla y precipitó los acontecimientos. El maldito ‘Monosporium
Apiospermum’ había devorado la rodilla del mejor delantero del fútbol español.
Gárate, entre lágrimas, trataba de asimilar que debía colgar las botas. El Atlético
de Madrid, que había fichado a dos monstruos del ‘jogo bonito’ como Pereira y
Leivinha, dos que habrían formado un equipazo irresistible junto a él, se quedaba
sin su emblema, sin su corazón. Todo, por un maldito hongo de nombre
impronunciable. “El hongo, por lo visto, se introdujo en mi rodilla por una herida
en un lance del juego, y me la infectó. Al parecer, las infiltraciones de cortisona
hicieron de caldo de cultivo de esa espora y no paró de desarrollarse.
Me traumatizó mucho aquello: no pude volver a jugar jamás”.

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José Eulogio se despedía del área por un capricho del destino, aunque los
médicos advirtieron que pudo haber sido mucho peor, porque Gárate estuvo en
peligro de muerte. El delantero corrió el riesgo de padecer para siempre una
enfermedad renal, a causa del abuso de antibióticos que hubo que administrarle,
para combatir el hongo que le consumía la pierna. Fueron los momentos más
duros de la vida de Gárate, porque incluso se llegó a especular con la posibilidad
de la amputación. El hongo, el maldito hongo del nombre kilométrico, le había
partido la ilusión y le había dejado el alma rota en mil pedazos. Sin embargo,
logró escapar con vida de aquel misterioso hongo.
Para ello, tuvo que retirarse del fútbol.

Días más tarde, con las muletas como compañeras de viaje, el caballero de la
cancha se despedía de su afición en un partido homenaje. El Manzanares se llenó
para ver el partido entre el Atlético —que acababa de ganar la Liga— y una
selección del País Vasco. Gárate, emocionado, roto por dentro, aparecía con los
ojos resecos de tanto llanto. El público del Vicente Calderón rindió tributo no sólo
a un delantero centro goleador y elegante, sino a un ser humano grandioso.
“Fue un día inolvidable. Iba en muletas y fue una noche de mucho agradecimiento.
La afición vino a despedirme y el recuerdo fue maravilloso. Fue un homenaje
precioso. Uno de los momentos más emocionantes de mi carrera”. La afición del
Atlético fue la sangre que latía por las venas del corazón del que hasta entonces
había sido su ‘nueve’. Aquel día se agolparon en las gradas del Manzanares, a la
orilla del río, sesenta mil almas. Todas se unieron, a coro, en un grito unánime,
desgarrado, agradecido, de tres sílabas:“Gá-ra-te, Gá-ra-te, Gá-ra-te…”.

Aquel día no sólo acudieron hinchas del Atlético al estadio. Abrumados por la
tragedia deportiva de José Eulogio, hasta el Manzanares acudieron hinchas del
Betis, del Sevilla, del Rayo Vallecano y muchos, sí, muchos, del irrealmandril.
Esa fue la gran cualidad de Gárate. Su mejor secreto. La clave de su éxito. El
caballero de la cancha, Gárate, fue tan temido como respetado. Tan admirado
como querido. Por su afición y por sus rivales. Aquel día, el reloj de España se
detuvo por un instante. Aquel día, la noche que Gárate lloró en una mezcla de
rabia y felicidad, de impotencia y de alegría, España entera lloró con el nueve
del Atlético de Madrid. Aquel día, toda España fue Gárate. Su inesperado adiós
hizo un poco más pequeño el fútbol, y robó una parte del corazón del aficionado.
Con la muerte deportiva de Gárate, una parte de la elegancia del fútbol había
muerto. Una huella, una filosofía de vida. La del juego limpio. La del caballero
de la cancha. La del tipo que no celebraba los goles para no ofender a los
contrarios. La del que se disculpaba con los porteros rivales. La del delantero
ejemplar y modélico, solo expulsado una vez en toda su carrera, por un error
del colegiado Guruzeta. Gárate dejaba la imagen del yerno deseado por todas
las madres. Del hijo pródigo de la afición del Atlético. Le temían muchos, pero
le que querían todos. “Fui respetado porque respetaba. No iba a la guerra, iba
a jugar al fútbol. Y siempre lo he entendido como un juego, respetando al
contrario. Me pegaron mucho, es cierto, pero nunca devolví una patada”.
¿Nunca? “Jamás. Mis compañeros se enfadaban conmigo y me decían, pero
reparte alguna hombre… Yo me encogía de hombros y les decía
¿y si les hago daño? No puedo dar patadas, no me sale”. Y nunca las dio.

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A día de hoy, José Eulogio Gárate, apartado del la primera línea de fuego del
fútbol, ha dado de baja su abono en el Atlético y pasa su tiempo libre paseando
por el parque con sus nietas. Disfruta de la vida de sus hijos, médicos y
economistas, y de vez en cuando acude a su desván para ver la camiseta que
el Kaiser, Franz Beckenbauer, se intercambió con él en aquella final de la Copa
de Europa un maldito San Isidro. Se siente triste por la marcha de su equipo y
siente melancolía cuando recuerda ese torrente de recuerdos, ya algo borrosos,
sobre su gloria en rojo y blanco. Fuera del día a día del club por su propia
voluntad, no acaba de comprender la mudanza a La Peineta (“me parecerá bien
si a la afición le parece bien”), no se explica la deuda del fútbol español (“con la
Ley Concursal y las deudas, está la amenaza de la quiebra”) y jamás ha sido
propuesto para ocupar el cargo de presidente honorífico del club (“nunca me
han llamado para eso”), a pesar de que Alfredo Di Stéfano siempre defendió
que no existía nadie mejor en la historia rojiblanca que Gárate para ocupar dicho
cargo. “Di Stéfano dice eso porque me quiere mucho. No sé. Nunca me lo han
ofrecido. El vecino cuida más esos detalles. Al final, el Madrid es el club al que
aspiraríamos los atléticos en ese sentido. Aunque sea nuestro adversario y
queremos que pierda, muchos atléticos deberíamos tener el sentido de club
que tiene el Madrid en este tipo de cosas“. Sigue conservando una gran
amistad con su ex compañero Adelardo —otro mito rojiblanco—, echa de
menos a Agüero en el Atlético, se sintió afligido por la reciente muerte de Juan
Carlos Arteche y sueña despierto con el regreso del que debía ser su sucesor,
Fernando Torres, al Manzanares. “Estoy convencido de que Fernando volverá
al Atleti. Volverá antes de lo que muchos creen”. El hombre tranquilo, educado
hasta la extenuación, se siente bien pagado por permanecer en la memoria de
los aficionados que le siguen parando para pedirle autógrafos. “Siempre digo
que no gané mucho dinero con el fútbol, pero me siento
millonario en cariño. Cómo me quiere la gente. El cariño
de la afición del Atleti vale por todo el dinero del mundo”.

Hoy, su Atlético de Madrid, sometido al secuestro de su sentimiento por los
ilegítimos dueños, la familia Gil, vive instalado en la mediocridad de unos
dirigentes que han convertido un club histórico en una sociedad anónima
histérica. Pero la afición de lo que queda del Atlético aún sigue recordando
a su caballero de la cancha. A un tipo sencillo, de barrio, educado y sencillo.
Sin un triste José Eulogio que echarse a la boca, el Atlético prosigue su larga
y agónica travesía del desierto, donde mientras el negocio de dos sigue
dando beneficios, miles de hinchas, los de Gárate, siguen recordando los
viejos tiempos. En lo más alto del santoral de la sufrida afición del Atlético,
José Eulogio sigue levitando sobre la memoria y los corazones de quienes
tuvieron el honor de compartir su leyenda. Gárate, sentimiento rojiblanco,
forma parte del recuerdo que generaciones de colchoneros transmiten, como
el sentimiento de su equipo, de padres a hijos, para recordar que, antes de Gil,
hubo un tiempo donde los mejores de Europa vestían de rojo y blanco. Que,
en aquella época, los niños del colegio, aunque fueran del irrealmandril,
querían ser Gárate en el recreo. José Eulogio, último gran héroe del Atlético
de Madrid, y primer caballero del fútbol español, fue la modestia, con el nueve
a la espalda. Un cromo que jamás pasará de moda en ninguna colección.
Su elegancia, como sus goles, quedaron prendidos en el corazón del fútbol.

R. Uría
ATLETISOY
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