Rusia muere de melancolía
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Rusia muere de melancolía
Rusia muere de melancolía
El empuje de Grecia tumba al conjunto ruso
(1-0), que fue semifinalista en 2008
La juventud no suele durar más de una Eurocopa. La época del entusiasmo, ese
estado de euforia cercano a la ignorancia, pasó para los rusos a la velocidad del
verano de 2008. El torneo de Austria y Suiza, en que fueron semifinalistas, fue el
impulsor de una maravillosa generación que no ha sabido madurar. El éxito, la
migración a las grandes ciudades occidentales y los contratos millonarios han
infundido en estos jugadores una suerte de melancolía insalvable. Teóricamente,
atraviesan el momento de la plenitud física y mental. En la práctica, se aburren
de sí mismos. La confusión existencial explica la suficiencia aristocrática de
estos jóvenes sobrados de dones que no resistieron la confrontación con los
rústicos griegos. Los mató un saque de banda y Grecia pasó a cuartos.
Fernando Santos, el seleccionador de Grecia, entró al campo meneando la cabeza
como si le acabaran de comunicar una terrible noticia. Daba síntomas de estar
sufriendo una crisis de fatalismo. Pero los gestos del técnico no coincidían con la
determinación que mostraron sus jugadores. A diferencia de los rusos, los griegos
de 2004 no hicieron fortuna ni ganando una Eurocopa. Sus descendientes viven
como sus predecesores. Les basta con muy poco para crear problemas a cualquiera.
Contra Rusia siguieron un guion sencillo. Conducir los ataques por afuera para
evitar pérdidas en el medio campo, trasladar hasta ser derribados, o buscar en
largo a Samaras y Gekas, y cerrarse todos en el centro del campo para
desconectar a Dzagoev y Arshavin de su línea de volantes.
Poca cosa. Pero Rusia no supo reaccionar.
El conjunto ruso dispuso del balón y lo movió hasta con soltura, con garbo, alentada
por los magníficos Shirokov, Denisov y Gloutchakov. Todos tocaban la pelota con
criterio, apoyados desde atrás por Ignachevitch, que se incorporaba como un
centrocampista más. Eran armoniosos. Ortodoxos. Pero les faltaba la
colaboración de Arshavin, cada vez más disperso, y de
Zirkhov. Y se partían cada vez que los apretaban.
Grecia se fue metiendo en el campo ruso a fuerza de empuje. Katsouranis remató
el primero entre los tres palos para lucimiento del portero ruso. Si la melancolía
hizo mella en un hombre fue en Zirkhov. El zurdo fue el único que pudo sorprender
a la defensa griega pero sus incursiones se espaciaron demasiado. El gol llegó
por su costado. Se le escapó un balón fuera del campo y del saque de banda
desembocó el gol. El propio Zirkhov no estuvo atento a Karagounis,
que le ganó la espalda y batió al portero en el minuto 45.
Justo antes de irse al descanso.
Rusia no se recuperó. Kerzhakov no salió del vestuario. Advocaat lo sustituyó por
Pavlyuchenko. Comenzó un largo asedio a la portería griega. A la avalancha rusa
respondió Grecia con un grupo de jugadores verdaderamente encendidos que
pelearon por cada balón con una abnegación admirable. Cortaron todo lo que
se podía cortar, rechazaron todo lo que se podía rechazar. Rusia no tuvo,
después de todo, mejores ocasiones que la de Tzavellas, que mandó un tiro de
falta directa a la cruceta. Cuando se agotaron los minutos, el esforzado equipo
de Fernando Santos le dio motivos para renunciar al fatalismo.
D. Torres - 16 JUN 2012
elpais.com
El empuje de Grecia tumba al conjunto ruso
(1-0), que fue semifinalista en 2008
La juventud no suele durar más de una Eurocopa. La época del entusiasmo, ese
estado de euforia cercano a la ignorancia, pasó para los rusos a la velocidad del
verano de 2008. El torneo de Austria y Suiza, en que fueron semifinalistas, fue el
impulsor de una maravillosa generación que no ha sabido madurar. El éxito, la
migración a las grandes ciudades occidentales y los contratos millonarios han
infundido en estos jugadores una suerte de melancolía insalvable. Teóricamente,
atraviesan el momento de la plenitud física y mental. En la práctica, se aburren
de sí mismos. La confusión existencial explica la suficiencia aristocrática de
estos jóvenes sobrados de dones que no resistieron la confrontación con los
rústicos griegos. Los mató un saque de banda y Grecia pasó a cuartos.
Fernando Santos, el seleccionador de Grecia, entró al campo meneando la cabeza
como si le acabaran de comunicar una terrible noticia. Daba síntomas de estar
sufriendo una crisis de fatalismo. Pero los gestos del técnico no coincidían con la
determinación que mostraron sus jugadores. A diferencia de los rusos, los griegos
de 2004 no hicieron fortuna ni ganando una Eurocopa. Sus descendientes viven
como sus predecesores. Les basta con muy poco para crear problemas a cualquiera.
Contra Rusia siguieron un guion sencillo. Conducir los ataques por afuera para
evitar pérdidas en el medio campo, trasladar hasta ser derribados, o buscar en
largo a Samaras y Gekas, y cerrarse todos en el centro del campo para
desconectar a Dzagoev y Arshavin de su línea de volantes.
Poca cosa. Pero Rusia no supo reaccionar.
El conjunto ruso dispuso del balón y lo movió hasta con soltura, con garbo, alentada
por los magníficos Shirokov, Denisov y Gloutchakov. Todos tocaban la pelota con
criterio, apoyados desde atrás por Ignachevitch, que se incorporaba como un
centrocampista más. Eran armoniosos. Ortodoxos. Pero les faltaba la
colaboración de Arshavin, cada vez más disperso, y de
Zirkhov. Y se partían cada vez que los apretaban.
Grecia se fue metiendo en el campo ruso a fuerza de empuje. Katsouranis remató
el primero entre los tres palos para lucimiento del portero ruso. Si la melancolía
hizo mella en un hombre fue en Zirkhov. El zurdo fue el único que pudo sorprender
a la defensa griega pero sus incursiones se espaciaron demasiado. El gol llegó
por su costado. Se le escapó un balón fuera del campo y del saque de banda
desembocó el gol. El propio Zirkhov no estuvo atento a Karagounis,
que le ganó la espalda y batió al portero en el minuto 45.
Justo antes de irse al descanso.
Rusia no se recuperó. Kerzhakov no salió del vestuario. Advocaat lo sustituyó por
Pavlyuchenko. Comenzó un largo asedio a la portería griega. A la avalancha rusa
respondió Grecia con un grupo de jugadores verdaderamente encendidos que
pelearon por cada balón con una abnegación admirable. Cortaron todo lo que
se podía cortar, rechazaron todo lo que se podía rechazar. Rusia no tuvo,
después de todo, mejores ocasiones que la de Tzavellas, que mandó un tiro de
falta directa a la cruceta. Cuando se agotaron los minutos, el esforzado equipo
de Fernando Santos le dio motivos para renunciar al fatalismo.
D. Torres - 16 JUN 2012
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