El Tigre, en estado de gracia
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El Tigre, en estado de gracia
El Tigre, en estado de gracia
El Atlético resuelve en Anoeta (0-1) con un libre
directo magistral de Falcao en el último suspiro
Falcao lleva el 9 pegado a la espalda más que a la camiseta. Es un manual de
futbolista del área, lo que le aleja de otros grandiosos jugadores como Messi o
Cristiano Ronaldo, más versátiles, con más recorrido. Ayer se reivindicó con un
gol de falta, de artista, de joven sobradamente preparado para superar barreras,
aunque su ejercicio global en Anoeta hubiera sido escaso, incluso muy por debajo
de sus posibilidades reales. En el minuto 90 resolvió con un toque
sutil el brujerío del partido, que no justificaba el prestigio del
ganador, el Atlético, ni la entrega del perdedor, la Real.
Le sobró a la Real estrategia para frenar el vértigo que acostumbra el Atlético a
poner a los partidos y le faltó al Atlético grandeza para continuar su
revolución en el fútbol español, la que le acerque a las
puertas del castillo que gobiernan el Barcelona y el Madrid.
El alma de la Real es Carlos Vela, un vehículo que se mueve por todas las partes
del campo, que invade todos los terrenos para acabar aparcado en el área cuando
menos te lo esperas. El corazón del Atlético es Falcao, un motociclista del área con
poca afición a los frenos. El primero manejó sus autopistas a su antojo, mezclándose
entre las líneas del Atlético; el segundo llegó a aburrirse a base de pedradas,
a las que en ocasiones ni llegó a saltar, conocido su desasosiego.
Solo se le contó al Atlético, en la primera mitad, un disparo desafortunadísimo de
Raúl García. A la Real se le contabilizó en el periodo de prolongación uno de Vela
que dio en las manos extendidas de Godín. Cuesta creer que Ayza Gámez no lo
viera y, más aún, que no interpretara penalti cuando el defensor del Atlético
estiró los brazos más que un jotero emocionado y frenó el balón.
No era mucho, la verdad, para un equipo, el rojiblanco, que valía un potosí, y otro, el
albiazul, que defendía su casa con las uñas y los dientes como quien se defiende de
un desahucio. Parecía más un encuentro distendido que la ambición del éxito.
Falcao solo resurgió al principio de la segunda mitad, cuando enganchó un balón a media
altura que malgastó como si tuviera el pie frío y la mente aburrida. Impropio de su clase.
Pero el partido tenía una jerarquía menor. Era puro trabajo, quizás el encuentro que menos
pudiera gustarle a Cholo Simeone, porque el Atlético no tenía el control, pero tampoco
tenía ocasiones. La segunda más clara en la segunda mitad fue un cabezazo en propia
puerta de Markel Bergara que obligó a una meritoria parada a
Zubikarai para despejar su peinada envenenada.
El resto era trasiego, ir y venir con buenas voluntades, sin que nadie dominase el centro
del campo ni tuviese un trato acaramelado con el balón. Tampoco nadie rompía las
costuras del contrario. Era caminar con la fe sin obras de Raúl García o de Vela o con el
tranco largo de Illarramendi o con el corto de Koke. Tan atrabiliario estaba el choque que
el futbolista más sutil, Vela, tuvo el partido en sus botas y lo mandó a hacer gárgaras:
controló de forma magnífica con la izquierda para acomodarse el balón a la derecha
y luego lo mando dos porterías más allá de la que defendía Courtois.
Así estaba el patio, aunque la Real, fuera por ambición o por forma física, dio la sensación
de acabar físicamente mejor el partido, con el Atlético recluido y los de Montanier
encorajinados, observando la posibilidad de ganar en el último instante. Ingenuos.
No era tarea fácil porque Simeone ha diseñado un ejército defensivo y un ataque que se
basa en el poder mítico de Falcao, ayer olvidado, pero presente como una amenaza
permanente. Amenazante en el juego aéreo, pero sobresaliente en el juego parado, un
asunto en el que no se distinguía especialmente. En el último minuto, en el último suspiro,
cazó un libre directo que superó a la defensa y se fue muy lejos de las
yemas de los dedos de Zubikarai. Falcao, en estado de gracia.
E. RODRIGÁLVAREZ
22 OCT 2012 elpais.com
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El Atlético resuelve en Anoeta (0-1) con un libre
directo magistral de Falcao en el último suspiro
Falcao lleva el 9 pegado a la espalda más que a la camiseta. Es un manual de
futbolista del área, lo que le aleja de otros grandiosos jugadores como Messi o
Cristiano Ronaldo, más versátiles, con más recorrido. Ayer se reivindicó con un
gol de falta, de artista, de joven sobradamente preparado para superar barreras,
aunque su ejercicio global en Anoeta hubiera sido escaso, incluso muy por debajo
de sus posibilidades reales. En el minuto 90 resolvió con un toque
sutil el brujerío del partido, que no justificaba el prestigio del
ganador, el Atlético, ni la entrega del perdedor, la Real.
Le sobró a la Real estrategia para frenar el vértigo que acostumbra el Atlético a
poner a los partidos y le faltó al Atlético grandeza para continuar su
revolución en el fútbol español, la que le acerque a las
puertas del castillo que gobiernan el Barcelona y el Madrid.
El alma de la Real es Carlos Vela, un vehículo que se mueve por todas las partes
del campo, que invade todos los terrenos para acabar aparcado en el área cuando
menos te lo esperas. El corazón del Atlético es Falcao, un motociclista del área con
poca afición a los frenos. El primero manejó sus autopistas a su antojo, mezclándose
entre las líneas del Atlético; el segundo llegó a aburrirse a base de pedradas,
a las que en ocasiones ni llegó a saltar, conocido su desasosiego.
Solo se le contó al Atlético, en la primera mitad, un disparo desafortunadísimo de
Raúl García. A la Real se le contabilizó en el periodo de prolongación uno de Vela
que dio en las manos extendidas de Godín. Cuesta creer que Ayza Gámez no lo
viera y, más aún, que no interpretara penalti cuando el defensor del Atlético
estiró los brazos más que un jotero emocionado y frenó el balón.
No era mucho, la verdad, para un equipo, el rojiblanco, que valía un potosí, y otro, el
albiazul, que defendía su casa con las uñas y los dientes como quien se defiende de
un desahucio. Parecía más un encuentro distendido que la ambición del éxito.
Falcao solo resurgió al principio de la segunda mitad, cuando enganchó un balón a media
altura que malgastó como si tuviera el pie frío y la mente aburrida. Impropio de su clase.
Pero el partido tenía una jerarquía menor. Era puro trabajo, quizás el encuentro que menos
pudiera gustarle a Cholo Simeone, porque el Atlético no tenía el control, pero tampoco
tenía ocasiones. La segunda más clara en la segunda mitad fue un cabezazo en propia
puerta de Markel Bergara que obligó a una meritoria parada a
Zubikarai para despejar su peinada envenenada.
El resto era trasiego, ir y venir con buenas voluntades, sin que nadie dominase el centro
del campo ni tuviese un trato acaramelado con el balón. Tampoco nadie rompía las
costuras del contrario. Era caminar con la fe sin obras de Raúl García o de Vela o con el
tranco largo de Illarramendi o con el corto de Koke. Tan atrabiliario estaba el choque que
el futbolista más sutil, Vela, tuvo el partido en sus botas y lo mandó a hacer gárgaras:
controló de forma magnífica con la izquierda para acomodarse el balón a la derecha
y luego lo mando dos porterías más allá de la que defendía Courtois.
Así estaba el patio, aunque la Real, fuera por ambición o por forma física, dio la sensación
de acabar físicamente mejor el partido, con el Atlético recluido y los de Montanier
encorajinados, observando la posibilidad de ganar en el último instante. Ingenuos.
No era tarea fácil porque Simeone ha diseñado un ejército defensivo y un ataque que se
basa en el poder mítico de Falcao, ayer olvidado, pero presente como una amenaza
permanente. Amenazante en el juego aéreo, pero sobresaliente en el juego parado, un
asunto en el que no se distinguía especialmente. En el último minuto, en el último suspiro,
cazó un libre directo que superó a la defensa y se fue muy lejos de las
yemas de los dedos de Zubikarai. Falcao, en estado de gracia.
E. RODRIGÁLVAREZ
22 OCT 2012 elpais.com
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